Así iniciamos

La imagen es vívida, (años más tarde aprendería que los recuerdos con fuertes vínculos emocionales crean una sinapsis neuronal duradera.. lo que dicho así no suena muy mágico), tendría unos 9 o 10 años, mis padres habían envuelto en un papel prometedor, mezcla de amarillo con detalles verdes, uno de los regalos con mayor anhelo -y peso específico- que recibí en mi vida: una máquina de escribir.

Mi alegría no cabía en esa casa. Una Olivetti portátil (ubiquémonos en tiempo y espacio, eran los 80, habían logrado reducir su peso de manera que por «portátil» se entendía a minimizar el riesgo de transporte a solo un desgarro u ocasional dislocación del hombro).

Mi amor por la palabra impresa me acompaña desde muy niño, una de mis primeras memorias se remonta a mi papá leyendo el periódico y yo ansioso por empezar el colegio para que esa serie de caracteres que lo tenía absorto cobrase sentido. «Aprenderé a leer y te lo quitaré», le dije, y al poco tiempo me estaba torturando con noticias no aptas para menores de edad.

Julio Verne, Arthur Conan Doyle, Stevenson, Emilio Salgari, y tantos otros, fueron mis compañeros inseparables: largas tardes cómodamente sentado, la luz entrando por las ventanas, historias a punto de ser descubiertas. Una interminable selección de autores y libros adornaban mi biblioteca que pacientemente iba equipando. Papá me acompañaba todas las semanas a la Avenida Corrientes de Buenos Aires, los volúmenes de colecciones nuevas llegaban a las librerías y ahí estábamos esperándolos con hambre; vivía en una especie de nirvana, y mi sonrisa no cesaba hasta que llegaba a casa. Aún puedo tocar el papel plástico que envolvía los libros nuevos, salidos de la imprenta. Dicen que las épocas pasadas son las mejores, no se equivocan, porque las contemplábamos con la óptica simple de un niño, no había espacio para no abrazar el disfrute.

Mis primeros escritos se plasmaron a mano alzada y el apoyo de la tecnología era necesario. Quizás resulte extraño para un lector millennial imaginar eso, pero era una época en donde no existían las computadoras -al menos como las que conocemos hoy día-, y menos aún impresoras. Nota importante: la llegada posterior de estos dos elementos generó una especie de cisma entre los literatos: ¿¡Poder editar fácilmente algo que ya habías escrito!? ¿Cómo separar un «auténtico» escritor de un chapucero que reescribe y perfecciona hasta lograr una oración decente? Yo mismo participé de esa disertación y marcó a fuego mi forma de ver y abrazar esta constante renovación (revolución), que se trasladaría a otros ámbitos y épocas.

 ¿Por qué inicio este blog con ese recuerdo? Como dice un viejo tango «siempre se vuelve al primer amor» y la excusa de enfrentarme al teclado después de más de 25 años me renueva en la intención, que me juzgará el tiempo si lo logro, de poder de alguna manera acercar algunas cosas que he leído y aprendido a lo largo de tantos años. Una manera de compartir, de quizás ayudar al que se encuentre al otro lado de estas líneas.

Gracias por leer.